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Sobre el yacimiento

Recuperamos nuestra historia para construir nuestro futuro

La historia de Murcia está escrita en lo más profundo de nuestra cultura y está presente en nuestro patrimonio. El testimonio más fiel de nuestro pasado está representado por una riqueza de testimonios materiales e inmateriales repartidos por todo nuestro municipio.

Hace unos años, se encontró un conjunto de restos arqueológicos de época moderna y medieval, entre los que destacaron significativamente los correspondientes al antiguo arrabal que los documentos medievales denominaban “La Arrixaca”.

Este conjunto de restos, agrupados en un pequeño fragmento de la trama urbana de aquel arrabal, han terminado siendo reconocidos por especialistas como uno de los más representativos ejemplos de urbanismo andalusí fósil.

El Ayuntamiento de Murcia, consciente de la importancia de preservar ese legado a las generaciones futuras, y apostando por el patrimonio histórico como valor social, asume la responsabilidad de la recuperación del mismo, así como la rehabilitación del entorno de San Esteban, integrando la iglesia renacentista que fue, durante años, sala de exposiciones, así como la extensión del proyecto a las calles adyacentes que conforman esta manzana.

Queremos, en definitiva, devolver un espacio público, la céntrica plaza de San Esteban, a los murcianos.

EL YACIMIENTO

Tiene una extensión de 10.000 m2, y ha permitido documentar la evolución de ese espacio urbano desde época andalusí hasta la actualidad.

Los restos visibles en este momento corresponden fundamentalmente a la fisonomía de un barrio andalusí del siglo XIII, con algunos elementos visibles pertenecientes al siglo XII e, incluso, posiblemente de finales del XI. Es decir, corresponderían a la época de mayor esplendor político y cultural de la Murcia altomedieval.

Este barrio, que ha aflorado gracias al trabajo arqueológico, se corresponde con el que las fuentes escritas medievales denominan como “rabaḍ, rrabal o arrabal de la Arrixaca”;

un gran barrio que se extendía por el área comprendida entre el actual jardín del Malecón, el jardín de la Seda y Puerta Nueva. Según el poeta al-Qarṭaŷannī –que vivió los últimos momentos de la Murcia andalusí- la zona septentrional del mismo contaba con bellas almunias, palacios y jardines. Con la conquista castellana y la subsiguiente ocupación de la madīna, la población mursí que quedó se concentró en ese arrabal.

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La excavación arqueológica ha cambiado notablemente la imagen que nos ofrecía al-Qarṭaŷannī, porque, sin duda, a juzgar por los restos hallados, tenía que estar refiriéndose a algún lugar vecino. Muy al contrario, en San Esteban se ha hallado una trama urbana que denota una fuerte presión demográfica que se remontaría, al menos, al siglo XII –el siglo de Ibn Mardanīš, el célebre “Rey Lobo”-; momento en que la madīna quedó desbordada, y hubieron de urbanizarse espacios como el que nos ocupa.

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Esa urbanización incluyó toda clase de grupos sociales, haciendo que, además de las viviendas, también hallemos indicios de construcciones de gran porte, casi palaciales. De hecho, las excavaciones realizadas en el pasado en el Palacio de San Esteban permiten intuir la existencia de una gran mansión de época islámica bajo éste.

El entramado urbano de Murcia nos es bien conocido por las excavaciones que en las últimas tres décadas han ido documentando la totalidad de los solares afectados por la renovación urbana. Lo mismo que hallamos en San Esteban existe bajo el casco antiguo de la ciudad de Murcia, y está siendo estudiado sistemáticamente.

Analizadas de forma individual, y desde un punto de vista meramente arquitectónico, las viviendas documentadas en la excavación presentan un nivel de calidad constructiva habitual en los solares excavados del casco urbano de Murcia. Lo que despierta mayor interés en los restos hallados en San Esteban es la posibilidad de tener una visión de conjunto de un espacio urbano de amplias dimensiones que reúne viviendas, calles y adarves.

RESTOS VISIBLES

Los restos hallados en San Esteban se corresponden con lo que conocemos de niveles arqueológicos del casco antiguo de Murcia.

Por ejemplo, el conjunto arqueológico posee una perfectamente conservada infraestructura de desagües conectada a un sistema de alcantarillado sofisticado y eficaz. Estas infraestructuras se perdieron con la conquista castellana, hasta el extremo que Murcia no recuperaría este tipo de infraestructura pública y jerarquizada de desagüe y salida de aguas residuales hasta bien avanzado el siglo XX.

Por su parte, pese a la modestia de los materiales de construcción, basados en tapias de adobe –un primitivo encofrado de arena, cal y piedras- y ladrillos, las plantas de las casas son reflejo de un esquema característico de la civilización andalusí con patios centrales –en ocasiones ajardinados-; la estancia principal situada al Norte y la entrada acodada desde la calle para preservar la intimidad del interior de la vivienda. La presencia de todos estos elementos no hace sino confirmar, a través de esta tipología doméstica netamente árabe, que la sociedad de Murcia estaba plenamente islamizada, y se regía por esquemas típicamente orientales en los siglos XII y XIII.

De igual modo que las modestas viviendas, las grandes mansiones residenciales urbanas estudiadas –si bien no se trata de palacios como tales, como puede deducirse de una comparación con un palacio como el de Santa Clara- son de grandes proporciones, y, por tanto, corresponderían a una clase acomodada; posiblemente de altos funcionarios, ricos mercaderes y terratenientes. Incluso, cabe la posibilidad de que alguna de estas grandes construcciones hubiera tenido alguna relación, por sus paralelos tipológicos, con otro tipo de edificios, tales como algún funduq [fonda, posada comercial] o una madrasa [escuela coránica].

Finalmente, junto a las viviendas, hay que destacar la existencia de un sector con unas connotaciones religiosas. Está ubicado en el extremo noroeste del área en excavación; posee una necrópolis y lo que podría ser, quizá, un oratorio asociado a un morabito o pequeña mezquita del siglo XIII.

LA MURCIA ANDALUSÍ

La potencia del hallazgo de estos restos de época andalusí en un área relativamente excéntrica del centro de Murcia supone todo un hito para la ciudad, ya que revela la existencia de una trama urbana de los siglos XII y XIII en una zona –la exterior a los muros de la antigua madīna- cuya población se creía dispersa. Esta extensa trama conserva su sistema de evacuación de residuos y alzados de muros de baja altura en las distintas edificaciones, lo que se convierte en un testimonio casi vivo de la Murcia de hace novecientos años; una Murcia que llegó a ser una urbe de gran importancia política.

En efecto, en la Edad Media, durante los siglos XII y XIII, Murcia llegó a ser una importante ciudad; capital en dos ocasiones de al-Andalus. Esta condición provocó que reuniera a una gran población en torno a la figura del emir Muḥammad b. Saʿad b. Mardanīš, conocido como “el Rey Lobo” por las crónicas cristianas de la época. En la persona de este emir, que gobernó entre 1147 y 1172, se sumaban la capacidad de mando, el poder y la confianza de sus propios soldados; entre los que se contaban algunos mercenarios cristianos. En una pugna continuada con los almohades, Ibn Mardanīš aglutinó todo el Levante andalusí y la zona oriental de Andalucía haciendo que Murcia fuera conocida como una ciudad próspera y poderosa. Mantuvo embajadas con numerosos reyes cristianos, y llegó a emitir una moneda fuerte de oro, conocida como morabetino lupino, que se ha hallado en lugares de Europa.

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La ciudad de Murcia era, entonces, una urbe en medio de una gran huerta dotada de una gran infraestructura hidráulica, y, según al-Idrīsī, rica en comercio de tapices y cerámicas. Su potencia se correspondía con su poderío: La ciudad contaba con unas murallas –probablemente construidas en época almorávide- que la resguardaba de posibles ataques y riadas. Estas murallas tenían una altura de entre 10 y 15 m. y contaban con noventa y cinco torres de diverso tamaño distribuidas por todo su perímetro. La muralla de la madīna, contaba con una antemuralla con saeteras que servía de primer baluarte defensivo.

Ésta se extendía por la actual calle del Cigarral, al Este; Cánovas del Castillo y Glorieta de España, al Sur; calle Sagasta por el Oeste; y por el Norte, hacia Santa Teresa y Doctor Fleming. La muralla de la qaṣbah [alcazaba] de distribuía por el entorno de la Iglesia de San Juan de Dios y Consejería de Economía y Hacienda; y la muralla del arrabal lo hacía desde el Jardín del Malecón, barrio de San Antolín hasta el jardín de la Seda, y desde ahí hasta Puerta Nueva. Las murallas contaban con una gran cantidad de puertas entre las que destacaban la Puerta del Puente, la de Orihuela, la de la Traición, la del Zoco, etc.

Como toda ciudad de tradición islámica, Murcia contaba con una serie de mezquitas. La principal era la aljama, pues reunía para la oración de los viernes a los cabeza de familia junto con los representantes del poder político; por ello era el lugar de culto más importante de la ciudad. Con la conquista castellana, la mezquita aljama fue transformada en la catedral, del mismo modo que algunas de las mezquitas de barrio fueron reconvertidas en iglesias parroquiales como San Bartolomé, San Pedro o San Miguel, entre otras.

Junto a la mezquita aljama se hallaba la qaṣbah, que albergaba el poder administrativo y militar del emirato. En el caso de Murcia estaba situada entre la mezquita aljama y el río Segura. Dentro de la qaṣbah sabemos hubo dos elementos singulares: una torre albarrana, fuerte, que podía hacer de último reducto de la ciudad, y una pequeña mezquita con enterramientos de personajes de gran alcurnia.

Como ocurre en muchas ciudades de tradición árabe, el poder político se construía residencias alternativas allí donde la ciudad se expandía, de forma que –libre de los rigores urbanísticos- esas residencias pudieran plasmar la expresión de su poderío.

En Murcia, entre el periodo almorávide y el gobierno de Ibn Mardanīš, se construyó en el solar del actual Convento de Santa Clara La Real un gran y magnífico palacio de típica estructura árabe -esto es, con alberca en el patio interior y dos grandes crujías de habitaciones en los extremos de la construcción- ricamente decorado. Se le denominaba Dār al-Sugrà. A rebufo de aquél, las familias pudientes construyeron sus mansiones y almunias en la zona; aspecto que plasmó el poeta al-Qarṭaŷannī, y que, hasta la aparición de los restos de San Esteban, pensábamos más disperso.

El hallazgo arqueológico de San Esteban nos induce a pensar que aquella zona residencial debía situarse a la vertiente oriental de la Dār al-Sugrà, y que a poniente –en dirección a San Esteban- había un urbanismo más denso. La excavación hace unos años del subsuelo del Espacio Cultural de Cajamurcia, en la que se encontraron siete viviendas agrupadas, avalaría esta hipótesis. Por su parte, el área del arrabal de la Arrixaca correspondiente a los barrios de San Antolín y San Andrés tenía unas características más industriales, pues las excavaciones arqueológicas realizadas en los últimos treinta años han descubierto una considerable cantidad de talleres alfareros y testares, cuya antigüedad se remontaría hasta el siglo X.

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El hecho de que la zona alfarera se desarrollara en fecha tan temprana significa que el arrabal era, como suele ocurrir hoy día en las ciudades modernas, un lugar industrial alejado del núcleo urbano, esto es, la madīna. Pero la evolución de la ciudad, siguiendo el viento de la historia, hizo que su población aumentara vertiginosamente, habiendo, pues, que ocupar ese arrabal, y, una vez colmado, expandirse en la otra dirección posible, ya que el río, que entonces discurría adyacente al barrio, era una barrera natural. De ese modo comenzó a ocuparte el área comprendida entre el Jardín de la Seda y la Dār al-Sugrà durante el siglo XII.

Ese desarrollo urbano se prolongó hasta el primer tercio del siglo XIII; momento en que surgió la figura del emir Muḥammad b. Yusūf b. Hūd al-Mutawakkil, quien sería el promotor de la tercera taifa una vez independizados de los almohades en 1228. Como hubo hecho Ibn Mardanīš, este emir unificó al-Andalus, aunque de forma efímera, e hizo de Murcia continuara experimentando un crecimiento demográfico fruto, en esta ocasión, de numerosos refugiados que acudían de plazas conquistadas por castellanos y aragoneses. De esta forma, podemos comprender que los restos de San Esteban muestren una saturación del parcelario del arrabal y poco espacio para huerta y jardines. Finalmente, aunque no sabemos cuándo, es posible que entonces se amurallara el arrabal para defender a sus habitantes de las incursiones enemigas y de las crecidas del río Segura.

Cuando en 1238 Ibn Hūd fue asesinado en Almería, Murcia entró en una fase de declive de la que no se recuperaría.

En medio de una guerra civil por sus sucesores, el tío de Ibn Hūd, Muḥammad Bahāʾ al-Dawla firmó un tratado en Alcaraz, en 1243, por el que sometía sus dominios a protectorado castellano.

Las condiciones firmadas con el infante Alfonso, heredero del trono castellano, en nombre de su padre Fernando III el Santo fueron claras: la población mursí podría conservar sus viviendas y su credo, siempre y cuando se pagara un tributo anual a las arcas reales, y la administración de la ciudad quedase en manos de los nuevos señores. De esta forma, por ejemplo, la qaṣbah pasó a tener, desde entonces, una guarnición castellana.

Aquellos que acompañaron a la guarnición llegada desde Castilla fueron asentados en un arrabal en régimen de condominio del rey de Castilla y el emir hūdí, que se corresponde con el actual barrio de San Juan Bautista y su prolongación hacia el antiguo estadio de fútbol que toma el nombre de aquel estatuto jurídico de propiedad, “Condominas”. También fueron autorizados a instalarse en otros arrabales y en residencias que habían quedado abandonadas por sus dueños, emigrados a territorios islámicos, como el sultanato de Granada. Pero con la sucesión del rey en Castilla en 1252, Alfonso X se vio libre de cumplir los pactos firmados en nombre de su padre, endureciendo –cuando no incumpliendo- las condiciones del Pacto de Alcaraz. Esto provocó un gran descontento entre los mursíes, quienes agitados por el hijo de Ibn Hūd al-Mutawakkil, Abū Bakú al-Watiq, se sublevaron en 1264, tomando la ciudad por las armas, a la espera de refuerzos de Granada.

En medio de una sublevación generalizada de toda Andalucía y Murcia, Alfonso X, ocupado en la primera, pidió ayuda a su suegro Jaime I, rey de Aragón. Éste acudió en 1266 poniendo cerco a la ciudad y devolviéndola a los castellanos. Después de ocuparla, la primera decisión del rey aragonés fue convertir la mezquita aljama en una iglesia consagrada a Santa María. Luego dividió la madīna en dos, tomando la actual calle Trapería como eje, de forma que los mursíes conservaran la mitad de levante y los conquistadores la de poniente. Pero cuando llegó Alfonso X deshizo esta última medida, y decretó el confinamiento de los mursíes en el arrabal de la Arrixaca, dejando a los castellanos en la vieja madīna. También mandó tapiar las puertas que comunicaban ambos recintos, y cortar los puentes que habían tendidos en el foso de la muralla de la ciudad vieja.

En definitiva, con la conquista de 1266, Murcia adquirió la fisonomía que habría de tener durante el resto de la Edad Media: un centro histórico ocupado por los castellanos, que instauraron todas las instituciones y costumbres del Reino de Castilla y León; y un arrabal cada vez mas marginal, que se conocería desde entonces como “morería”. Se pretendió conseguir, así, que los grupos religiosos vivieran con la menor comunicación posible, aunque hemos constado que, con el transcurso de los siglos, la medida cayó en desuso, y los castellanos terminaron asentándose en los arrabales. Por su parte, la judería quedó siempre situada en el entorno de la plaza Sardoy hasta el decreto de expulsión de 1492.

Lo que los restos arqueológicos de San Esteban nos muestran es que esa zona de la Arrixaca poco a poco, a lo largo de la Edad Media, fue quedándose vacía. Tendrían que pasar unos cuantos siglos para que volviera a ser ocupada. Así que una de las grandes aportaciones de la excavación arqueológica en el Jardín de San Esteban está en arrojar luz sobre el proceso de poblamiento y despoblamiento del arrabal de la Arrixaca y su evolución social y funcional a lo largo de la Edad Media y Moderna. Para confirmar el proceso que hemos expuesto, matizarlo o cambiar nuestra perspectiva, debemos seguir investigando.